“Bar de Don Darío”. Así se lo conocía por los años sesenta… José
L. Suarez y Tuyutí. En esa esquina
estaba la parada de la línea 257, que luego de muchos años se convirtió en la
línea 77. Muchísimas veces hice la cola,
junto a mi madre y de la mano de mi
padre (mientras se sentía un aroma a café invasor y delicioso) para ir
seguramente de visita a la casa de algún pariente… También en esa esquina,
pegadito a la parada (que era un palo de cuatro caras, pintado de blanco, y cedoreson
la P de parada en color rojo, con el número de la línea en su extremo superior;
y en la vereda de enfrente, en diagonal, sobre José L. Suarez, estaba el Club
Amanecer.
Ese bar, esa esquina, tiene para
mí varios valores; algunos históricos, otros vivenciales, y otros
emocionales. Recuerdo a Don Darío como a
una persona simpática y siempre con un saquito color “té con leche” y cerrado
en el cuello… típico de los bares de esa época. Mientras esperaba al 257,
miraba hacia el bar con mucha curiosidad, y con la esperanza de algún día
ingresar a él. Eso ocurrió a la edad de
11 o doce años, calculo, acompañado de mi tío Lenín Luparia. El bar era por esas épocas un ámbito
netamente masculino, de muchachos ya grandes y de adultos cercanos a la
ancianidad. Estoy hablando de hace 50
años… Para los amigos de mi tío, y para
mi tío mismo, ir al bar era ir “al estaño”… Llamaban “Estaño”, por metonimia,
al mostrador, que generalmente y antiguamente estaban construidos con estaño; y
por consiguiente, “tener estaño” era un sinónimo de tener experiencia. Quienes concurrían al Bar (más nutrido los
fines de semana), generalmente tomaban básicamente café, alguna bebida
alcohólica “blanca” (Ginebra Bols) , vino… y se jugaba al Truco, al Mus, a la Generala
y al Dominó. El café era una reunión de Filósofos vocacionales, expertos en Carreras de
Caballos, Maestros en cuestiones futboleras, y eximios experimentados en
cuestiones de vínculos femeninos… Creo que mi primera Coca-Cola tomada en un
bar fue de la mano de mi tío, en el Bar de Don Darío… Respiré ese clima con mucha curiosidad… los
muy jóvenes no se metían en las conversaciones de los más grandes, aún más,
escuchaban a ellos como a los viejos sabios de una tribu… El anciano siempre
era digno de respeto, y sus historias eran escuchadas para ganar en experiencia…
En el Bar de Don Darío, sentí por primera vez olor a café de verdad… en el Bar
de Don Darío escuché historias dignas de Salgari o de García Márquez… En el Bar
de Don Darío ví con asombro a uno de sus asiduos asistentes pedir una “Viuda”…
¿Qué sería eso?... era ni más ni menos que un vaso alto, tres cuartos de
Cinzano y un cuarto de Fernet… Es como
si viera en este momento, a Don Darío, pasar el trapo rejilla por el mostrador
antes de apoyar el vaso… Pensar en el Bar de Don Darío es pensar en la calle,
tachonada de tapitas de cerveza, hundidas en el asfalto ablandado por el sol,
al paso de los vehículos… Pensar en el Bar de Don Darío, es pensar en mis ilusiones
adolescentes, en novias, en amigos inolvidables, en sabios sin título, en
bohemios, en viejos sabedores de la vida, en maestros futboleros, en poetas
innatos, en personajes pintorescos y entrañables que forjaron mis cimientos de
vida mundana para encarar con más confianza y seguridad el tránsito por la
adultez. Mi agradecimiento y mi recuerdo
cariñoso a todos ellos, aunado en el recuerdo de aquel inolvidable Bar de Don
Darío.
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